¿Quién iba a decir que una marca nacida en Corea del Sur, armando piezas para bicicletas, se convertiría en una de las marcas automotrices más disruptivas del siglo XXI? Así empieza la historia de Kia, una compañía que pasó de lo básico a lo futurista, de lo funcional a lo emocional.
Fundada en 1944 bajo el nombre “Kyungsung Precision Industry”, Kia comenzó fabricando tubos de acero para bicicletas. En plena posguerra, Corea del Sur apenas despegaba y Kia —con visión y tenacidad— apostó por la movilidad. En los años 60 ya ensamblaban motos, y en los 70, vehículos comerciales ligeros. Fue un viaje lento pero seguro hacia un sueño que pocos veían venir.
El gran salto llegó en los 90, cuando Kia empezó a exportar autos compactos a Estados Unidos y otros mercados. En esa época, muchos veían a la marca como “económica”, pero sin glamour. Nadie imaginaba que una revolución de diseño y tecnología estaba en camino.
La transformación real vino tras la crisis financiera asiática de 1997. Kia se fusionó con Hyundai, y juntos se convirtieron en el quinto grupo automotriz más grande del mundo. El diseño europeo (con fichajes como Peter Schreyer, ex-Audi), la inversión en calidad y un enfoque fresco en la electrificación cambiaron por completo la percepción global.
Hoy, Kia no solo compite, sino que marca tendencia. Modelos como el EV6, Sportage o Telluride muestran músculo, diseño atrevido y visión futurista. El nuevo logo —minimalista, dinámico— es una declaración de intenciones: Kia ya no quiere seguir el ritmo, quiere marcarlo.
Del acero a la electricidad, de lo utilitario al deseo, la historia de Kia es la prueba viviente de que una marca puede reinventarse y convertirse en símbolo global sin perder su origen.